"¿Vos podés pensar que estos giles, que son sólo vigilantes, pueden armar algo así? Acá hay logística, hay un mensaje fuerte", dice un comisario retirado acerca del secuestro de Leonardo Bergara (Crítica, 26/1).
Como para darle la razón al infidente, el lunes 2 fue detenido el jefe distrital de Berazategui, comisionado Roque Luján, lo cual abre formalmente una crisis institucional en la Bonaerense y en el gobierno de la provincia.
La fiscal del caso, Silvia Cavallo, declaró: "La pista más firme que tengo es que se trató de una banda de policías, de eso no tengo dudas". No podría tenerlas porque, según indica ella misma, "lo más grave es que la misma policía admite todo. Una de las sospechas, por ejemplo, es que hay una cuestión de celos porque ese distrito de Berazategui hizo grandes procedimientos de drogas y alguien quería cobrárselos. Pero ésa es una de las posibles razones. Otras hipótesis llegan más arriba, porque esto ensucia al gobierno provincial" (ídem).
Marcelo Saín, jefe de la policía aeronáutica y represor experto, conocedor de la Bonaerense desde adentro, no ha dudado en atribuir el secuestro a la acción de sectores de la derecha peronista en combinación con franjas de la Bonaerense que querrían desplazar de la jefatura a Daniel Salgado, forzar la renuncia del ministro Carlos Stornelli y arrancar más concesiones al gobernador Daniel Scioli.
Otro ex comisario tiene una certeza: "Es la Bonaerense. Le están abriendo (al gobernador) el grifo de criminalidad y diciéndole: ‘Mirá, Scioli, necesitamos recomponer la vieja estructura de la época de Pedro Klodzyck'..." (ídem).
No es poca cosa.
Klodzyck era, según Eduardo Duhalde, "el mejor jefe de la mejor policía del mundo", hasta que a partir del asesinato de José Luis Cabezas quedó a la vista de todos que era el jefe de una banda armada, la peor, la más peligrosa.
Si las cosas son como dice Saín, tendríamos otra operación político mafiosa por parte de alguna franja de la vieja asociación delictuosa de policías, intendentes y punteros. Una banda que tiene operadores visibles en los promotores de la "mano dura", en los que pretenden reforzar y dar mayores atribuciones a la policía; es decir, al núcleo más concentrado del delito y de la inseguridad.
Preguntado por la arista política del caso, Scioli optó por hacerse el desentendido: "Tenemos que actuar con responsabilidad... Tampoco podemos generalizar".
Los cambios que han hecho él y Stornelli en la Bonaerense son una contrarreforma en regla, después del fracaso ruidoso de la "reforma" promovida por León Arslanián. Cuando dice que no detendrá "el proceso de cambio" (Clarín, 27/1), Scioli trata de calmar a la Bonaerense, con lo cual demuestra que no sólo es un político reaccionario; además, es un gobernante impotente.
Para demostrarlo, véase su postura acerca de posibles cambios en la cúpula policial después de este escándalo: "No es el momento", dice. Scioli y Stornelli aguardan a que la lucha interna en la policía resuelva el asunto...
Los cuatro de copas
Los "giles", los "vigilantes" que tienen presos, como sucede casi siempre cuando de la policía se trata, son "perejiles" que apenas podrían haber cumplido algún papel auxiliar de tercera o cuarta línea en un delito complejo como el secuestro de Bergara. Hasta es posible que los detenidos no estén involucrados directamente en el secuestro aunque sí en otros delitos, y que los policías secuestradores, por medio de ellos, le pasen facturas a otra banda policial.
El secuestro ocurrió en jurisdicción de la Departamental Quilmes. Todos los policías detenidos son de esa zona. El jefe de la Departamental, comisionado Adrián Cisterna, es miembro del círculo de allegados del jefe Salcedo. El único oficial superior involucrado en el secuestro, el capitán Juan Vicente Cardozo, es hombre de vínculos muy aceitados con la cúpula.
Cardozo fue dejado en libertad por "falta de méritos". Con él y con otro de los policías presos, el teniente Víctor Vega (en su casa aparecieron seis kilos de marihuana), se cometió una irregularidad inaudita, que permite entrever el meollo de la Bonaerense y de la corrupción judicial.
Cardozo quedó involucrado porque su teléfono celular recibió llamadas de uno de los teléfonos usados para negociar el rescate de Bergara. El oficial le apuntó a Vega: dijo que el celular lo tenía su subordinado, algo que sus defensores rechazaron de plano.
El poder judicial permitió que la Bonaerense trasladara juntos a un juzgado federal a Cardozo y a Vega, en contacto directo entre sí, lo cual constituye una aberración procesal: "Alguna versión sostuvo que Vega salió de ese traslado pálido, y en ese momento pidió cambio de sus abogados particulares" (Página/12, 26/1). Desde entonces, Vega aceptó que tenía el celular: "Yo me hago cargo de todo", dijo. Dicho sin vueltas: en ese viaje recibió de su superior una apretada que no pudo resistir.
Así, mediante un hecho que obligaría a anular todo lo que siguió, quedó en libertad el único de los involucrados que no es un cuatro sino un tres de copas, y que podía ofrecer una aproximación a las cartas bravas.
Otra vez, las internas mafiosas y las operaciones políticas de la Bonaerense prometen producir una crisis política.
Como para darle la razón al infidente, el lunes 2 fue detenido el jefe distrital de Berazategui, comisionado Roque Luján, lo cual abre formalmente una crisis institucional en la Bonaerense y en el gobierno de la provincia.
La fiscal del caso, Silvia Cavallo, declaró: "La pista más firme que tengo es que se trató de una banda de policías, de eso no tengo dudas". No podría tenerlas porque, según indica ella misma, "lo más grave es que la misma policía admite todo. Una de las sospechas, por ejemplo, es que hay una cuestión de celos porque ese distrito de Berazategui hizo grandes procedimientos de drogas y alguien quería cobrárselos. Pero ésa es una de las posibles razones. Otras hipótesis llegan más arriba, porque esto ensucia al gobierno provincial" (ídem).
Marcelo Saín, jefe de la policía aeronáutica y represor experto, conocedor de la Bonaerense desde adentro, no ha dudado en atribuir el secuestro a la acción de sectores de la derecha peronista en combinación con franjas de la Bonaerense que querrían desplazar de la jefatura a Daniel Salgado, forzar la renuncia del ministro Carlos Stornelli y arrancar más concesiones al gobernador Daniel Scioli.
Otro ex comisario tiene una certeza: "Es la Bonaerense. Le están abriendo (al gobernador) el grifo de criminalidad y diciéndole: ‘Mirá, Scioli, necesitamos recomponer la vieja estructura de la época de Pedro Klodzyck'..." (ídem).
No es poca cosa.
Klodzyck era, según Eduardo Duhalde, "el mejor jefe de la mejor policía del mundo", hasta que a partir del asesinato de José Luis Cabezas quedó a la vista de todos que era el jefe de una banda armada, la peor, la más peligrosa.
Si las cosas son como dice Saín, tendríamos otra operación político mafiosa por parte de alguna franja de la vieja asociación delictuosa de policías, intendentes y punteros. Una banda que tiene operadores visibles en los promotores de la "mano dura", en los que pretenden reforzar y dar mayores atribuciones a la policía; es decir, al núcleo más concentrado del delito y de la inseguridad.
Preguntado por la arista política del caso, Scioli optó por hacerse el desentendido: "Tenemos que actuar con responsabilidad... Tampoco podemos generalizar".
Los cambios que han hecho él y Stornelli en la Bonaerense son una contrarreforma en regla, después del fracaso ruidoso de la "reforma" promovida por León Arslanián. Cuando dice que no detendrá "el proceso de cambio" (Clarín, 27/1), Scioli trata de calmar a la Bonaerense, con lo cual demuestra que no sólo es un político reaccionario; además, es un gobernante impotente.
Para demostrarlo, véase su postura acerca de posibles cambios en la cúpula policial después de este escándalo: "No es el momento", dice. Scioli y Stornelli aguardan a que la lucha interna en la policía resuelva el asunto...
Los cuatro de copas
Los "giles", los "vigilantes" que tienen presos, como sucede casi siempre cuando de la policía se trata, son "perejiles" que apenas podrían haber cumplido algún papel auxiliar de tercera o cuarta línea en un delito complejo como el secuestro de Bergara. Hasta es posible que los detenidos no estén involucrados directamente en el secuestro aunque sí en otros delitos, y que los policías secuestradores, por medio de ellos, le pasen facturas a otra banda policial.
El secuestro ocurrió en jurisdicción de la Departamental Quilmes. Todos los policías detenidos son de esa zona. El jefe de la Departamental, comisionado Adrián Cisterna, es miembro del círculo de allegados del jefe Salcedo. El único oficial superior involucrado en el secuestro, el capitán Juan Vicente Cardozo, es hombre de vínculos muy aceitados con la cúpula.
Cardozo fue dejado en libertad por "falta de méritos". Con él y con otro de los policías presos, el teniente Víctor Vega (en su casa aparecieron seis kilos de marihuana), se cometió una irregularidad inaudita, que permite entrever el meollo de la Bonaerense y de la corrupción judicial.
Cardozo quedó involucrado porque su teléfono celular recibió llamadas de uno de los teléfonos usados para negociar el rescate de Bergara. El oficial le apuntó a Vega: dijo que el celular lo tenía su subordinado, algo que sus defensores rechazaron de plano.
El poder judicial permitió que la Bonaerense trasladara juntos a un juzgado federal a Cardozo y a Vega, en contacto directo entre sí, lo cual constituye una aberración procesal: "Alguna versión sostuvo que Vega salió de ese traslado pálido, y en ese momento pidió cambio de sus abogados particulares" (Página/12, 26/1). Desde entonces, Vega aceptó que tenía el celular: "Yo me hago cargo de todo", dijo. Dicho sin vueltas: en ese viaje recibió de su superior una apretada que no pudo resistir.
Así, mediante un hecho que obligaría a anular todo lo que siguió, quedó en libertad el único de los involucrados que no es un cuatro sino un tres de copas, y que podía ofrecer una aproximación a las cartas bravas.
Otra vez, las internas mafiosas y las operaciones políticas de la Bonaerense prometen producir una crisis política.