El Instituto de Tecnología Industrial acaba de sacar una gacetilla sobre la crisis agropecuaria harto interesante. Dice que "el capitalismo, sobre todo el capitalismo globalizado, está lleno de ejemplos de cadenas de valor con eslabones fuertemente dominantes, que se apropian groseramente de la mayoría de la renta generada. La maquila mejicana, los sistemas textiles de toda Asia, buena parte de Europa del este funcionan así... El actual modo de producción agropecuario en la Argentina no difiere cualitativamente de la maquila mejicana... Los monopolios (de insumos, de comercialización interna e internacional) y el gran capital financiero sumado como inversor, dan una tajada al dueño de la tierra y el resto (los pequeños propietarios o arrendatarios o contratistas) se adapta...; lo cual implica trasladar el problema a los aún más débiles: los trabajadores rurales, que penan sin salarios dignos y sin cobertura social en su gran mayoría".
O sea que el campo argentino es una ensambladora o armaduría, una suerte de vientre alquilado. No es cierto que verifique un proceso industrializador, porque no tiene el monopolio de los insumos ni la propiedad intelectual de la maquinaria. La gran industria no explota directamente el campo, sino que terceriza esa explotación con propietarios o arrendatarios. Pues bien, esos tercerizados, nucleados en las cuatro entidades y en autoconvocados, no reclaman la independencia del proceso productivo de los monopolios sino que defienden su parte de los beneficios a costa de los consumidores. Dice el Inti que "llamativamente, en ningún caso la característica operativa predominante es el conflicto al interior de la cadena...". El eslabón intermedio de la cadena, el chacarero capitalista, se solidariza con las dos puntas del ciclo, contra los consumidores nacionales e internacionales. El gobierno "nacional y popular", al cual reporta el Inti, es otro de los eslabones de esa misma cadena, pero se conforma con acaparar una parte de sus beneficios en forma de impuestos. La gacetilla de Inti le recomienda que compre y venda insumos, que compre y venda granos y hasta que produzca las semillas; o sea, que intervenga en todo el ciclo productivo. Pero se cuida de usar la palabra estatización o expropiación, lo cual supone que le recomienda competir con los pulpos. Se trata de una recomendación absurda, porque es más cara y más incierta que dedicarse a recolectar retenciones. La nacionalización del proceso agropecuario es la única vía, en las condiciones actuales del capital mundial, para transformar al campo en una industria.
Para un columnista agropecuario de La Nación (24/5), por otro lado, la renta agraria es un mito; los mayores beneficios del campo obedecen al valor agregado por una enorme inversión en tecnología. Privar a los capitalistas agrarios de esos beneficios es matar la innovación técnica, dice, y de ningún modo castigar el parasitismo del propietario de la tierra. Al igual que la gacetilla del Inti, La Nación opina "que en las últimas décadas la producción agropecuaria se ha hecho crecientemente fuera de la tierra". Es decir que el suelo sería el receptáculo de procesos industriales; la renta de la tierra dejaría de existir, todo el excedente económico sería un beneficio obtenido por el capitalista. En una mesa redonda reciente, un representante de la Federación Agraria defendió a muerte a los pool de siembra, precisamente porque son los introductores de las nuevas tecnologías.
El precio de la tierra, que no es otra cosa que la capitalización de la renta que deja, ha aumentado, sin embargo, en un 1.000% en menos de una década; según la zona, va de 4.000 a 15 mil dólares la hectárea en las áreas sojeras de Estados Unidos, Brasil y Argentina. Los capitalistas que arriendan tierra para producir deben oblar una renta al propietario proporcional a ese precio de venta. No hemos llegado todavía a la eutanasia del rentista; para que ello ocurra el beneficio del capital aplicado al campo debería caer por debajo del beneficio del capital medio de la industria. Esto supone una sobreproducción agraria e incluso una sobreoferta de tierras próximas a las ciudades para fines inmobiliarios. No es esta la situación actual: la renta del suelo y los rentistas siguen vivos y coleando.
Es cierto, por supuesto, que la propiedad del suelo se encuentra relegada frente al capital financiero aplicado al campo, desde los fertilizantes y semillas hasta la comercialización y el ‘trading', pasando por la siembra, cuidado y cosecha. Como informa The Wall Street Journal (28/3): "Los ganadores del alza en el precio de los alimentos son los fabricantes de fertilizantes... Los agricultores dicen que demasiado poder se concentra en las manos de un pequeño grupo de compañías de EEUU, Canadá y Rusia, que dominan la producción de potasio y fosfato... los ingredientes principales del fertilizante". En Argentina la industria está controlada por Repsol y la candiense Agrium, mientras que la producción de herbicidas y las semillas modificadas es controlada por Monsanto. Esto quiere decir que una baja de las retenciones a las exportaciones no redundaría en mayores beneficios para los chacareros sino, en este caso, para la industria química y petroquímica extranjera, y para los fondos de inversión que controlan sus capitales.
La aplicación de nuevas tecnologías por parte del capital financiero, sin embargo, explica solamente una parte de los beneficios extraordinarios de la producción de alimentos, porque ese beneficio extraordinario no sale de una mayor productividad sino principalmente del crecimiento de los precios. Es el crecimiento de los precios de los alimentos - en el orden del ciento por ciento en un año- , y no la mayor productividad, lo que explica el 90 por ciento de crecimiento de los beneficios. Pero esta suba de los precios no es el resultado de un aumento equivalente de la demanda, que nunca hubiera podido subir en esa proporción en el lapso de una cosecha, en ausencia de desastres climáticos. La mayor parte del superbeneficio agrícola tiene su causa en la especulación financiera, como resultado del exceso de capitales financieros que no encuentran otras aplicaciones rentables. Precisamente por eso el beneficio extraordinario no ha ido a parar a los bolsillos de los chacareros o farmers, sino a los fondos de inversiones. Los altos beneficios del capital especulativo operan como un promedio para el conjunto del gran capital, lo que explica los grandes beneficios de la gran industria aplicada al campo y el encarecimiento de los insumos agrarios.
Lo que resulta de aquí es que el modelo capitalista exportador que ofreció De Angeli en Rosario, no solamente desnuda el carácter social o de clase del movimiento agrario de las ‘cuatro entidades'. No aporta a la industrialización ni a la autonomía nacionales: es un ‘modelo' de sometimiento al capital financiero. Es el ‘modelo' que ha convertido a la mayor parte de las agriculturas nacionales en agriculturas de exportación, con la consiguiente expulsión de los campesinos multi-cultivos y el consiguiente crecimiento de la vulnerabilidad de los consumidores de todas las naciones y de la monopolización financiera del mercado agrícola internacional.
Jorge Altamira