viernes, 14 de noviembre de 2008

La transición tormentosa de Obama

A pocas horas de su victoria, Barak Obama realizó su primera designación: Rahm Emanuel - un parlamentario demócrata de Illinois- para el cargo de jefe de personal de la Casa Blanca. Según los medios, "la designación de Emanuel envía una poderosa señal" (Político, 7/11).
¿Qué "señal" da la designación de Emanuel?
El nuevo jefe de personal de la Casa Blanca es un viejo lobista de Washington que sirvió bajo Clinton; su designación muestra "la determinación de Obama de ser efectivo bajo las reglas existentes en el juego de Washington" (ídem). No hace mucho, en el curso de la campaña, Obama repetía que llegaba a la Casa Blanca para "cambiar la forma en que se hace política en Washington". John Boehner, jefe de los republicanos en la Cámara de Representantes, calificó la designación de Emanuel de "irónica" (ídem).
El "primer funcionario" de Obama, Emanuel, "no comparte los puntos de vista irreflexivamente liberales de muchos de sus colegas en la Cámara de Representantes". En los años de Clinton, ayudó a hacer aprobar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (Nafta) y medidas que fortalecieron las leyes represivas y la capacidad de acción de los jueces y la policía (Político, 7/11).
Pero, por sobre todo, lo que destaca a Emanuel es su defensa incondicional del Estado sionista. El "primer funcionario" de Obama es ciudadano israelí y un veterano que ha combatido en el ejército de Israel. El portal pacifista israelí www.alternet.org denuncia que "Emanuel atacó al gobierno de Bush por criticar la política de asesinatos selectivos llevada adelante por Israel y otros abusos de los derechos humanos. Fue un decidido defensor del ataque israelí a Líbano en 2006, incluso desafiando la credibilidad de las denuncias de Amnistía Internacional y otras organizaciones de derechos humanos que reportaron las violaciones israelíes a la ley humanitaria internacional".
La designación de este "halcón sionista" (ídem) en un puesto principal en la Casa Blanca iría acompañada del nombramiento de Dennis Ross como "enviado especial a Medio Oriente". Primero con Bush (padre) y luego con Clinton, Ross defendió consecuentemente las posiciones sionistas. Por eso fue recompensado con la presidencia del Instituto para la Política en el Cercano Oriente... financiado por el lobby sionista.
Otros puestos de importancia esperan a David Axelrod y Robert Gibbs, dos ex funcionarios de Clinton. "Estas primeras designaciones, junto con informes de que un número de personas prominentes y establecidas están bajo consideración para puestos en el gabinete, sugieren que Obama está más preocupado en proyectar una imagen tranquilizadora de continuidad y competencia que en promover un rápido cambio en una nación que enfrenta dos guerras y una severa recesión" (The Washington Post, 7/11).
Existe también un fuerte lobby, impulsado por funcionarios del Pentágono y parlamentarios demócratas, para que Obama mantenga, al menos durante el primer año de su mandato, a Robert Gates al frente de la Secretaría de Defensa. Quienes defienden que Gates siga al frente del Pentágono argumentan que, bajo su mandato, "mejoró" la situación en Irak y que, como el propio Obama, es partidario de desplazar más tropas en Afganistán. Pero Gates se opone frontalmente a establecer un calendario de retiro de las tropas norteamericanas de Irak (una de las promesas de campaña de Obama). Los partidarios de seguir en Irak intentan hacer pie en el gabinete de Obama.La transición
Las primeras designaciones de Obama no pudieron sacar de las primeras planas algunas noticias demoledoras: las bolsas recibieron al nuevo presidente con nuevos derrumbes; el desempleo alcanzó su mayor tasa desde 1994; se perdieron más de un millón de empleos en lo que va del año; las grandes automotrices norteamericanas salieron a reclamar un mayor auxilio estatal para no ir a la quiebra.
La prensa informa que Obama impulsa la aprobación inmediata de un paquete de estímulo de 100.000 millones de dólares en recortes impositivos para la clase media y trabajos públicos. Pero "Bush ha dado pocas indicaciones de que planee permitir que los resultados electorales alteren el curso de los meses finales de su presidencia (...) eso incluye las propuestas de estímulo a las que la Casa Blanca se opone, como el gasto en obras públicas" (The Washington Post, 7/11). La "transición" todavía está en negociaciones.
Pero Obama no sólo enfrenta las resistencias de Bush. Sus "paquetes de estímulo" chocan con una parte del propio partido demócrata, "que quiere que el Congreso cubra el costo de cualquier programa permanente (...) mediante la suba de impuestos o la reducción de gastos" (ídem). El Centro de Política Impositiva estima que los "estímulos" impulsados por Obama agregarían unos tres billones de dólares al déficit en la próxima década... a los billones que ya se han comprometido en el salvataje de los bancos.
Los enfrentamientos y choques respecto de la política económica se reproducen en la disputa por la designación de algunos cargos claves. Larry Summers (ex secretario del Tesoro de Clinton) y Timothy Geithner (presidente de la Reserva Federal de Nueva York) se disputan la Secretaría del Tesoro. Según Clarín (9/11), el "preferido" de los banqueros de Wall Street es Geithner, un estrecho colaborador del secretario del Tesoro, Henry Paulson, en el manejo de la crisis en curso.
La burocracia de los sindicatos, por su parte, impulsa al diputado David Bonior -secretario de una asociación de defensa de los derechos de los trabajadores- como secretario de Trabajo. La burocracia se ha dado como prioridad conseguir el rescate para las empresas automotrices, pues su caída puede desatar un conflicto social de envergadura. Se estima que la industria principal, junto a todas las conexas, emplea a más de dos millones de trabajadores. La cuestión es vital. Inmediatamente después de la victoria de Obama, los jefes de las bancadas demócratas del Congreso se reunieron con los principales ejecutivos de las tres grandes automotrices. Los representantes de Ford, General Motors y Chrysler fueron acompañados en sus pedidos por Ron Gettelfinger, presidente de la UAW, el sindicato automotriz, que respaldó las exigencias patronales. "Su presencia fue un duro recordatorio de que los tiempos difíciles para las automotrices pueden amenazar las condiciones de vida de miles de trabajadores sindicalizados que ayudaron a los demócratas a volver a la Casa Blanca" (The Washington Post, 7/11).
No hay que suponer de todo esto, sin embargo, que Obama representa una suerte de continuidad, algo virtualmente imposible. La bancarrota capitalista se ha transformado en verdaderamente internacional con las noticias del comienzo de la depresión en China e India. Los conflictos de Estados Unidos con Europa han salido francamente a luz con motivo de la discusión sobre una nueva reglamentación internacional o "segundo Bretton Woods". Obama acaba de hacer una apreciable concesión al anunciar que suspendería la instalación de misiles en Polonia, lo cual le aseguró una reunión con el presidente ruso, Medvedev. De paso, pudo saber que el aliado de Bush en Georgia, D. Shakasvilli, se encuentra entre las cuerdas y de cara a un movimiento para su derrocamiento. Incluso la nominación de Emanuel (inevitable por sus lazos de años con Obama) va a ser seguramente la cobertura de seguridad para emprender un cambio de la política sionista, como ya lo han advertido recientes declaraciones de Olmert y Livni, el primer ministro y la canciller de Israel, respectivamente. En estas condiciones no debe sorprender que se anuncie que Obama ha pedido la derogación de 200 leyes promulgadas por Bush, y que se proponga clausurar los centros de tortura de Abu Grahib y Guantámano apenas concluya la ceremonia de asunción del gobierno. Obama necesita una especie de ‘Juicio a las Juntas', como ocurrió con Alfonsín luego de casi una década de dictadura. Estados Unidos enfrenta un derrumbe económico integral y la consecuente crisis política y social.
En este cuadro de conjunto -las disputas por las designaciones, las zancadillas de la camarilla de Bush y la presión descomunal de la crisis capitalista-, los setenta días que separan a Obama de su juramento pueden convertirse en una eternidad.