viernes, 12 de diciembre de 2008

FMI o gobierno de trabajadores

Es necesario volver a decirlo: el gobierno nos está llevando a un colapso económico debido a su incapacidad para enfrentar la crisis capitalista con medidas draconianas contra la libertad de acción de la clase capitalista. Argentina se encuentra en un contexto de derrumbe de las relaciones económicas internacionales, caracterizadas por una seguidilla de quiebras de empresas y bancos -e incluso de naciones enteras (como en el este de Europa y el Báltico)-, y por la incapacidad de los Estados y de los bancos centrales para relanzar las operaciones de la economía, esto a pesar de la inyección de sumas billonarias de dinero. Las decenas de miles de millones de dólares que el Congreso norteamericano prevé entregar a los tres pulpos automotrices del país no apuntan, ni en la intención, a revitalizar a la industria, pues las disposiciones del rescate establecen la liquidación de los convenios laborales, el ‘default' parcial de las deudas con autopartistas y el cierre de plantas. A la parálisis de los mercados monetarios y del crédito interno, se ha sumado en los últimos días el colapso del crédito internacional, mediante una drástica reducción de las cartas de crédito que financian el comercio exterior de los llamados países emergentes.
En este marco, el gobierno ha dispuesto dilapidar los fondos de la Anses, engrosados por el dinero de las AFJP, en un plan de subsidios sin futuro (desvalorización de los dineros de la Anses) a las automotrices locales y a los bancos. En lugar de supervisar en forma directa la utilización del dinero en un plan para resolver problemas estructurales, el gobierno licita los fondos de la Anses a una industria suntuaria, y lo hace por medio de los bancos, cuyas mesas de dinero son los principales canales para la salida de capitales del país. En un contexto de tasas de interés que llegan al 100% anual, se les da a los bancos un incentivo extraordinario para el desvío de fondos. El retorno a un sistema de ahorro previo está destinado a alimentar a las concesionarias, que no dejarán de usar los anticipos para operaciones temporales más lucrativas. De ningún modo reactivarán a la industria o impedirán las cesantías, por la simple razón de que el colapso es mayor que la aspirina que se administra: la industria automotriz en Brasil, de la que depende la argentina, asiste a un verdadero derrumbe: la mitad de los trabajadores (60 mil) recibieron vacaciones adelantadas, los patentamientos cayeron un 30 por ciento y la producción de noviembre, un 40 por ciento (El Cronista, 5/12). El viernes 5, la moneda brasileña, el real, sufrió un verdadero descalabro cuando el banco central no pudo controlar una enorme salida de capitales. El crédito brasileño, colocado para el consumo a tasas de interés usurarias, se encuentra paralizado (Financial Times, 8/12).
¡El gobierno quiere financiar una reactivación de la economía sin tomar antes el control de los bancos, por donde se fugan los capitales, e incluso quiere hacerlo transfiriendo a los bancos el excedente previsional de fondos del Estado! Por eso la devaluación en curso es imparable y constituye un drenaje constante de recursos. La desvalorización del peso frente al dólar no obedece en absoluto a un desequilibrio comercial, pues junto a la caída de los precios de exportación caen los precios de importación (el costo de los fletes marítimos cayó un 80 por ciento), y junto a la caída de la demanda mundial hay una caída de la demanda nacional de productos extranjeros. El peso no se desvaloriza por falta de competitividad sino debido a la salida de capitales, y porque el default financiero internacional (los seguros para cubrir una cesación de pagos están por las nubes) pone en jaque a todas las monedas que se financiaron con capital extranjero, como el real brasileño, el won coreano y hasta la libra esterlina, e incluso el rublo ruso (porque tiene una deuda privada externa gigantesca, que supera el incremento que registraron sus reservas en divisas). Como la divisa que más se financió con capital externo fue el dólar (la deuda externa neta norteamericana es de cinco billones de dólares), al final de la presente especulación con los bonos de Tesoro de Estados Unidos se prevé su derrumbe y un dislocamiento monetario internacional. Una megadevaluación del peso no mejoraría la posición comercial de Argentina sino la rentabilidad de los exportadores, pero además encarecería el peso de la deuda externa en dólares y adelantaría los tiempos de un ‘default' y de un pedido de rescate al FMI.
Es lo que acaba de reclamar Prat Gay, el banquero preferido de Carrió, que de este modo convierte a la intervención del FMI en la salida política de toda la oposición patronal, incluida su pata socialista. Es lo que también reclama un ‘progresista', Bernardo Kosacoff, presidente de la Comisión Económica para América Latina (Cepal), que bajo la exigencia jeroglífica de "recuperar la demanda de pesos", alude a la necesidad de cortar la demanda de dólares por medio de una devaluación y de un programa de estabilización del FMI. Es lo que acaba de reclamar también el Banco Itaú, el más importante de los brasileños, para rentabilizar su acaparamiento de dólares, tanto de las reservas argentinas como brasileñas (por eso ha apoyado la devaluación del real y mucho más el convenio del Banco Central de Brasil con la Reserva Federal para financiar la salida de dólares con un préstamo norteamericano renovable).
En Europa oriental, estos programas se están cobrando miles de cesantías entre los empleados públicos y la reducción de los sueldos, además de una feroz contracción de la economía. La falacia de todas estas recomendaciones reside en el hecho de que la crisis (recesión, depresión, quiebras) consiste precisamente en el atesoramiento del dinero (demanda de atesoramiento) y, por lo tanto, en la caída de su demanda para crédito y transacciones comerciales, en la forma que sea de moneda nacional -por eso hay una huída de todas las monedas (la moneda más sólida del planeta, el yen japonés, tiene demanda negativa para crédito y comercio, por eso paga cero de tasa de interés, al igual que lo que ocurre con los bonos del Tesoro norteamericano a uno y tres meses, que se cotizaron a cero interés la semana pasada). La megadevaluación del peso convalidaría la fuga de capitales (premiaría a los que fugaron) y representa un enorme negocio para los bancos y capitalistas que dolarizaron sus activos, pero va a provocar la contracción de la economía (la contracción del mercado interno) y a disparar una inmediata dolarización de los precios. Los sojeros preparan una nueva ofensiva para la semana que viene, por una razón que habla por sí sola: tienen acaparadas aún diez millones de toneladas de soja, que quisieran vender a un precio más alto en pesos (el sojero Binner es partidario de la devaluación en escala e incluso del rescate del FMI).
La crisis, sin embargo, no exige devaluar nada; la devaluación es un planteo interesado de un sector de capitalistas. Es necesario nacionalizar los bancos, cortar la sangría de la deuda externa y poner fin al acaparamiento de cereales por parte de los capitalistas de la soja y de los pulpos de la exportación. Con estos recursos en la mano hay una amplia viabilidad para un plan público de infraestructura y de industrialización, que se deberá complementar con convenios comerciales bilaterales, que sean funcionales a este plan. Pero como el punto de partida de esta salida lo constituyen medidas anticapitalistas, hay que excluir que las adopte el kirchnerismo, que será tragado simplemente por el torrente de la crisis y cuya descomposición política está a la vista (hasta Depetri admite que puede perder en la provincia de Buenos Aires). En el desarrollo de un plan de salida a la debacle capitalista, los trabajadores deberán asumir la tarea de control y gestión de la economía en todos sus niveles, algo fundamental en cualquier salida popular pero que el nacionalismo burgués no admitiría bajo ninguna forma. La salida a la crisis capitalista plantea un cambio de régimen político, de una u otra manera: FMI o gobierno de trabajadores.