El ‘voto no positivo' de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos al paquete de rescate del sistema financiero que opera en el país (incluye bancos extranjeros) desató una debacle en las Bolsas de todo el mundo -en particular las de Nueva York y Sao Paulo. Queda todavía por aclarar si el derrumbe bursátil provocó el fracaso parlamentario o éste a aquél. Muchas horas antes de la votación, las bolsas asiáticas y europeas venían por el despeñadero, lo que lleva a interpretar que los diputados norteamericanos simplemente reflejaron la opinión contraria de sus mandantes. Una vez conocido este voto negativo al paquete, las caídas se convirtieron en alud.
El desastre parlamentario reflejó en forma muy precisa el nudo de contradicciones insuperables que encierra toda esta crisis. El primer paquete Paulson, de una página y media, era harto simple: todo el poder al secretario del Tesoro (él mismo un banquero de inversión) para comprar los activos invendibles de la banca y rescatarla en el proceso. Paulson quedaba a cargo de determinar lo que se compraría o no y, por sobre todo, el precio. Era claro que estaba dispuesto a pagar precios de oro por mercadería vencida, en lo que hubiera sido el rescate más escandaloso de la historia, e incluso una carga capaz de acabar con las finanzas públicas. El paquete pasaba por alto todos los procedimientos legales de los concursos de quiebra y era un cheque en blanco sin atenuantes. El Congreso norteamericano buscó limar sus aspectos más groseros, pero al mismo tiempo produjo un plan muy recortado en su capacidad de rescate, poniendo con ello de manifiesto una división en la clase capitalista y una vacilación de sus órganos de gobierno. Los 700 mil millones de dólares los ofrecía en cuotas; cada desembolso estaba sujeto a control; asimismo, establecía un mecanismo de licitaciones de los títulos invendibles, con el objetivo aparente de pagar precios menos altos por la mercadería podrida - ¡sin por ello establecer un método definido para valuar esos activos ‘tóxicos'! Una buena parte de los comentaristas estimó que muy pocos bancos ingresarían en ese proceso. El plan Paulson era lisa y llanamente un negociado: por ejemplo, hubiera permitido a los bancos vender sus títulos incobrables a precios elevados y proceder luego a recomprarlos, por medio de testaferros, a su verdadero precio vil de mercado. El plan que lo suplantó era un pastiche.
Paquetes sin consenso
Por lo que se sabe, el plan que se pondrá a votación en el Senado, el miércoles 1º por la noche, es apenas una variante del que fuera rechazado. Los planteos alternativos no lograron consenso; uno establecía rescatar a los bancos mediante una participación estatal en su capital, lo cual supuestamente devolvería la confianza a los inversores, recomponer los créditos de corto plazo, ordenar el mercado y proceder a una liquidación gradual de los activos podridos o tóxicos. Un lector del Wall Street Journal (29/9) recordó a este propósito que con los 700 mil millones del plan Paulson se podía comprar la totalidad de las acciones de los primeros once bancos norteamericanos a su valor de mercado, y que estos bancos poseen el 73% de todos los activos que se transan en los mercado públicos - tóxicos y no tóxicos, por ocho billones de dólares. Aunque una adquisición semejante no podría ser tachada de ‘socialismo financiero', sí sería un paso al capitalismo de Estado y, en consecuencia, una dislocación de la competencia capitalista internacional.
Otra propuesta la ha formulado, entre otros, Nouriel Roubini, un profesor con gran predicamento en la actualidad, que plantea que el Estado debe comprar las hipotecas a un precio de descuento y refinanciar a los propietarios con nuevas hipotecas más accesibles (Página/12, 20/9). De algún modo, el planteo está incorporado en las modificaciones que el parlamento introdujo al plan Paulson, pues los activos de los bancos se compran con descuentos (¡pero no el valor de mercado, muy inferior!) y se declara que hay que contemplar a los hipotecados, aunque no se consagra una institución para ello. El problema, que el mismo Roubini ha señalado en otras ocasiones, es que sobre la base de los títulos financieros surgidos de las hipotecas se ha montado un monstruoso mercado de títulos derivados de ellos, por una suma bruta de más de 500 billones de dólares. El verdadero problema es desmontar el mercado (no público) de títulos derivados creados a partir de títulos de operaciones comerciales.
Pero mientras se discuten salidas que tienen por referencia a las hipotecas, los precios de las viviendas en Estados Unidos continúan cayendo (un 30% desde su tope y lo mismo la venta de viviendas nuevas o usadas); la industria ha llegado al noveno mes de recesión; los defaults con tarjetas de crédito aumentan; la desocupación creció un 40% desde su piso. O sea que la recesión marcha a pleno. El problema urgente es, sin embargo, la caída del stock de papeles comerciales (lo que demuestra una contracción del crédito) y el colapso del mercado monetario, o sea, de los préstamos entre bancos y de los préstamos a cortísimo plazo. Como los activos de los bancos se financian diariamente por medio de este mercado, si no se lo reactiva podría provocar un colapso generalizado en lo inmediato.
La crisis política pegó un salto
Esta situación desesperante ha llevado a muchos adversarios del plan Paulson a reclamar a los congresistas norteamericanos a que voten cualquier cosa que les pongan bajo las narices, pero que saque al Estado del inmovilismo. Por eso el Congreso votó el miércoles bajo un estado de necesidad y urgencia. Sea como fuere, es necesario entender que el plan de rescate busca la continuidad del régimen de negocios que ha quebrado, con la expectativa de poder desarmarlo en forma gradual. Todo indica que el tiempo del gradualismo se acabó, como lo demostró el mismo Paulson cuando mandó a la quiebra al megabanco Lehman Brothers, convencido de que el Estado no podía continuar financiando un negocio sin posibilidades. Si bien es cierto que en algunos casos unos bancos se engulleron a otros, por ejemplo el Citibank al Wachovia, y Goldman Sachs a Merril Lynch, de ningún modo se trata de un proceso de concentración acabado, porque tanto el Citi como Goldman -atiborrados de títulos podridos propios y comprados- dependen más que nunca del financiamiento público.
En la semana de crisis que acaba de transcurrir, la situación política norteamericana produjo un salto: Bush y McCain desaparecieron virtualmente del escenario, que fue ocupado con vacilaciones por Obama. No es lo que tuvo que hacer Menem mientras gobernó Alfonsín, lo cual le sirvió a Menem para mantener una imagen entera y desarrollar una demagogia sin obstáculos. La crisis política está limando a todos los actores políticos norteamericanos. Obama está jugando todos sus cartuchos -o gana las elecciones por una diferencia histórica o choca con la desilusión de sus seguidores, la cólera de los grupos intermedios ante la crisis social y un posible abstencionismo récord. Estados Unidos vota en un cuadro de enorme crisis -incluso han comenzado las movilizaciones populares, las cuales reclaman el rechazo al salvataje bancario. Contrariamente a lo que opina el tilingaje izquierdista, enyesado en la duda sin método, la crisis mundial ha adquirido un dinamismo que no podrá ser contenido hasta que agote todas sus posibilidades. Los métodos de los rescates o salvatajes financieros han quedado superados -porque ahora dependen de la salida a la crisis política. La sociedad se enfrenta a una crisis de su organización histórica establecida.
El desastre parlamentario reflejó en forma muy precisa el nudo de contradicciones insuperables que encierra toda esta crisis. El primer paquete Paulson, de una página y media, era harto simple: todo el poder al secretario del Tesoro (él mismo un banquero de inversión) para comprar los activos invendibles de la banca y rescatarla en el proceso. Paulson quedaba a cargo de determinar lo que se compraría o no y, por sobre todo, el precio. Era claro que estaba dispuesto a pagar precios de oro por mercadería vencida, en lo que hubiera sido el rescate más escandaloso de la historia, e incluso una carga capaz de acabar con las finanzas públicas. El paquete pasaba por alto todos los procedimientos legales de los concursos de quiebra y era un cheque en blanco sin atenuantes. El Congreso norteamericano buscó limar sus aspectos más groseros, pero al mismo tiempo produjo un plan muy recortado en su capacidad de rescate, poniendo con ello de manifiesto una división en la clase capitalista y una vacilación de sus órganos de gobierno. Los 700 mil millones de dólares los ofrecía en cuotas; cada desembolso estaba sujeto a control; asimismo, establecía un mecanismo de licitaciones de los títulos invendibles, con el objetivo aparente de pagar precios menos altos por la mercadería podrida - ¡sin por ello establecer un método definido para valuar esos activos ‘tóxicos'! Una buena parte de los comentaristas estimó que muy pocos bancos ingresarían en ese proceso. El plan Paulson era lisa y llanamente un negociado: por ejemplo, hubiera permitido a los bancos vender sus títulos incobrables a precios elevados y proceder luego a recomprarlos, por medio de testaferros, a su verdadero precio vil de mercado. El plan que lo suplantó era un pastiche.
Paquetes sin consenso
Por lo que se sabe, el plan que se pondrá a votación en el Senado, el miércoles 1º por la noche, es apenas una variante del que fuera rechazado. Los planteos alternativos no lograron consenso; uno establecía rescatar a los bancos mediante una participación estatal en su capital, lo cual supuestamente devolvería la confianza a los inversores, recomponer los créditos de corto plazo, ordenar el mercado y proceder a una liquidación gradual de los activos podridos o tóxicos. Un lector del Wall Street Journal (29/9) recordó a este propósito que con los 700 mil millones del plan Paulson se podía comprar la totalidad de las acciones de los primeros once bancos norteamericanos a su valor de mercado, y que estos bancos poseen el 73% de todos los activos que se transan en los mercado públicos - tóxicos y no tóxicos, por ocho billones de dólares. Aunque una adquisición semejante no podría ser tachada de ‘socialismo financiero', sí sería un paso al capitalismo de Estado y, en consecuencia, una dislocación de la competencia capitalista internacional.
Otra propuesta la ha formulado, entre otros, Nouriel Roubini, un profesor con gran predicamento en la actualidad, que plantea que el Estado debe comprar las hipotecas a un precio de descuento y refinanciar a los propietarios con nuevas hipotecas más accesibles (Página/12, 20/9). De algún modo, el planteo está incorporado en las modificaciones que el parlamento introdujo al plan Paulson, pues los activos de los bancos se compran con descuentos (¡pero no el valor de mercado, muy inferior!) y se declara que hay que contemplar a los hipotecados, aunque no se consagra una institución para ello. El problema, que el mismo Roubini ha señalado en otras ocasiones, es que sobre la base de los títulos financieros surgidos de las hipotecas se ha montado un monstruoso mercado de títulos derivados de ellos, por una suma bruta de más de 500 billones de dólares. El verdadero problema es desmontar el mercado (no público) de títulos derivados creados a partir de títulos de operaciones comerciales.
Pero mientras se discuten salidas que tienen por referencia a las hipotecas, los precios de las viviendas en Estados Unidos continúan cayendo (un 30% desde su tope y lo mismo la venta de viviendas nuevas o usadas); la industria ha llegado al noveno mes de recesión; los defaults con tarjetas de crédito aumentan; la desocupación creció un 40% desde su piso. O sea que la recesión marcha a pleno. El problema urgente es, sin embargo, la caída del stock de papeles comerciales (lo que demuestra una contracción del crédito) y el colapso del mercado monetario, o sea, de los préstamos entre bancos y de los préstamos a cortísimo plazo. Como los activos de los bancos se financian diariamente por medio de este mercado, si no se lo reactiva podría provocar un colapso generalizado en lo inmediato.
La crisis política pegó un salto
Esta situación desesperante ha llevado a muchos adversarios del plan Paulson a reclamar a los congresistas norteamericanos a que voten cualquier cosa que les pongan bajo las narices, pero que saque al Estado del inmovilismo. Por eso el Congreso votó el miércoles bajo un estado de necesidad y urgencia. Sea como fuere, es necesario entender que el plan de rescate busca la continuidad del régimen de negocios que ha quebrado, con la expectativa de poder desarmarlo en forma gradual. Todo indica que el tiempo del gradualismo se acabó, como lo demostró el mismo Paulson cuando mandó a la quiebra al megabanco Lehman Brothers, convencido de que el Estado no podía continuar financiando un negocio sin posibilidades. Si bien es cierto que en algunos casos unos bancos se engulleron a otros, por ejemplo el Citibank al Wachovia, y Goldman Sachs a Merril Lynch, de ningún modo se trata de un proceso de concentración acabado, porque tanto el Citi como Goldman -atiborrados de títulos podridos propios y comprados- dependen más que nunca del financiamiento público.
En la semana de crisis que acaba de transcurrir, la situación política norteamericana produjo un salto: Bush y McCain desaparecieron virtualmente del escenario, que fue ocupado con vacilaciones por Obama. No es lo que tuvo que hacer Menem mientras gobernó Alfonsín, lo cual le sirvió a Menem para mantener una imagen entera y desarrollar una demagogia sin obstáculos. La crisis política está limando a todos los actores políticos norteamericanos. Obama está jugando todos sus cartuchos -o gana las elecciones por una diferencia histórica o choca con la desilusión de sus seguidores, la cólera de los grupos intermedios ante la crisis social y un posible abstencionismo récord. Estados Unidos vota en un cuadro de enorme crisis -incluso han comenzado las movilizaciones populares, las cuales reclaman el rechazo al salvataje bancario. Contrariamente a lo que opina el tilingaje izquierdista, enyesado en la duda sin método, la crisis mundial ha adquirido un dinamismo que no podrá ser contenido hasta que agote todas sus posibilidades. Los métodos de los rescates o salvatajes financieros han quedado superados -porque ahora dependen de la salida a la crisis política. La sociedad se enfrenta a una crisis de su organización histórica establecida.