sábado, 11 de octubre de 2008

SOBRE LA MUERTE DE RUCCI: la tragedia de la guerrilla peronista

"No sé quién apretó el gatillo, pero tuve el convencimiento en ese momento, y lo tengo ahora, de que fuimos nosotros", dijo acerca de la muerte de José Ignacio Rucci el periodista Emiliano Costa, quien en aquellos años militaba en las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR). Fue en una mesa debate donde, además de Costa, estuvieron el diputado kirchnerista Juan Carlos Dante Gullo, ex secretario de la Juventud Peronista (Montoneros) y el autor del libro Operación Traviata: ¿Quién mató a Rucci?, Ceferino Reato.
El 26 de setiembre de 1973, dos días después de que la fórmula Perón-Perón se impusiera con el 61,85 por ciento de los votos en las elecciones nacionales, Rucci fue muerto por un comando de las FAR conducido por Horacio Antonio Arrué ("Pablo Cristiano"), cuyo padre había sido diputado justicialista en tiempos del primer peronismo. También integraban ese equipo Marcelo Kurlat ("Monra") y Julio Roqué ("Lino"). Todos están muertos, al igual que el entonces máximo dirigente de las FAR, el abogado peronista Roberto Quieto.
Rucci fue baleado aquel mediodía cuando salía de la casa de su cuñada -uno de los varios sitios en que pernoctaba- en la calle Avellaneda 2953, entre Nazca y Argerich. No fue abatido por un disparo de FAL que habría efectuado un francotirador (supuestamente Roqué), como sostiene Reato en su libro. El primer disparo fue una perdigonada de escopeta recortada, de dos caños, hecho por un tirador apostado en la vereda de enfrente.
Enseguida, desde las ventanas de un edificio vecino -Avellaneda 2917- comenzó a dispararse fuego de metralla sobre Rucci y sus custodios (días antes, el equipo de las FAR había alquilado esa casa con una excusa, después de comprobar que también tenía salida a la calle Argerich al 500). Simultáneamente, también disparaba sobre la custodia un grupo ubicado en los techos de una escuela Maimónides, frente al domicilio de Rucci.
Los custodios, tomados por fuego cruzado desde la retaguardia y desde los altos, entraron en pánico y apenas atinaron a arrojarse al piso, a protegerse como pudieron. Sólo algunos de ellos abrieron fuego contra nadie, para cubrirse a sí mismos. Minutos más tarde, cuando llegaron al lugar casi 500 policías, del comando guerrillero no quedaba ni la sombra. Por la tarde, la policía encontró un Peugeot 404 y un Fiat 1600 abandonados en Emilio Lamarca y Venancio Flores. En ellos había granadas de mano y munición de guerra. No se halló otra cosa. Los matadores de Rucci se habían esfumado.
Gullo recibió la noticia mientras se encontraba reunido con Juan Perón en aquella casa de la calle Gaspar Campos, en Vicente López, que albergaba al caudillo justicialista. "General, esto es una provocación que nos viene de afuera", alcanzó a decir. Hasta hoy, Gullo sostiene que a Rucci "lo mató la CIA para condicionar la asunción del general y debilitar la democracia en la Argentina" (www.nuevoencuentro.com, 16/9).
Al día siguiente del atentado, Perón y su esposa llegaron al velatorio a las 9.26: "Me cortaron las patas", dijo el general. En el entierro, el ministro de Trabajo, Ricardo Otero, salido él también de la burocracia de la UOM, dijo en su discurso: "Has muerto para que la patria sea peronista. Has luchado contra el zurdismo apátrida... Juramos sobre esta tumba que jamás ningún trapo rojo reemplazará a la bandera celeste y blanca".
A la madrugada siguiente fue asesinado a tiros Enrique Grinberg, dirigente de la JP porteña, e incendiado el Centro de Estudiantes de la Facultad de Farmacia. Mientras tanto, en Salta, unas 50 personas tomaban la casa de gobierno. Exigían la renuncia del gobernador, Miguel Ragone, afín a la JP, y pedían la intervención federal a la provincia mientras gritaban a voz en cuello la consigna de guerra que tenía entonces la derecha peronista: "Ni yanquis ni marxistas, peronistas". La policía no intervino, mientras la JP convocaba a una multitudinaria manifestación en defensa de Ragone.
Por esas horas, todo era confusión en Montoneros y no sólo en ellos.
La CGT cordobesa, con la firma de Agustín Tosco, manifestaba en un comunicado que quería ser "la primera en repudiar el trágico atentado", mientras José Ventura, de la JUP, ponía en el mismo plano las muertes de Rucci y de Grinberg. Entretanto, Jorge Abelardo Ramos se apuraba a repudiar el atentado y el Partido Comunista echaba las culpas a la CIA, como Gullo.
De inmediato, el gobierno clausuró el diario El Mundo, controlado por el PRT, y suspendió por 48 horas las emisiones de Canal 9, por haber emitido un comunicado del ERP-22 en el cual desmentían haber sido los autores de la muerte de Rucci. Respondían así a una acusación del jefe de policía, general Miguel Ángel Iñíguez.
En esos días, la policía empezaba a allanar en masa domicilios de dirigentes juveniles, tanto de la JP como de la izquierda.
Una semana después, el 1º de octubre, el presidente provisional, Raúl Lastiri, y el ministro del Interior, Benito Llambí, convocaron a una reunión de gobernadores justicialistas. Todos fueron con la renuncia en el bolsillo y respiraron aliviados al descubrir que no se trataba de eso. En ese encuentro, Lastiri les dio a conocer una orden reservada de Perón. En ella se decía que "grupos marxistas, terroristas y subversivos han declarado una guerra contra nuestra organización y nuestros dirigentes", y anunciaba que para hacerles frente "se utilizarán todos los medios que se consideren eficientes, en cada lugar y oportunidad" (Clarín, 2/10/73).
Ahora sí, formalmente y por orden de Perón, comenzaba a funcionar la Triple A.

La confusión

Nadie admitió, salvo mucho después y contradictoriamente, haber matado a Rucci.
Firmenich dejó trascender hacia el interior de su organización que habían sido ellos. No era la primera vez que hacía una cosa así. Por ejemplo, cuando el grupo Descamisados mató en 1970 al burócrata textil José Alonso sin emitir el correspondiente comunicado, Montoneros dejó circular la especie de que habían sido ellos aunque nada habían tenido que ver con el asunto.
Muchos años después, en una entrevista con Jorge Asís en Brasil, Firmenich diría que cometieron un "error político grave" al no aclarar inmediatamente que ellos no habían sido los autores del atentado a Rucci.
En verdad, no podían aclararlo. Se vieron obligados a aceptar el hecho consumado porque el hecho consumado era la base de su política.

Veamos.

El golpe de estado que derrocó a José Cámpora se produjo el 13 de julio de 1973. Al día siguiente, Montoneros y las FAR publicaron un comunicado conjunto en el cual celebraban el regreso de Perón al poder. Estaban condenados a aplaudir un golpe que se daba contra ellos mismos y prometía represión a mansalva contra cualquier rebeldía obrera y juvenil. Ellos habían trabajado por la victoria peronista del 11 de marzo de ese año con la consigna "Cámpora al gobierno, Perón al poder". Ahora, oponerse a que "gobierno y poder" confluyeran en la figura del hombre en quien ellos reconocían a su líder implicaba una ruptura imposible para ellos.
Pero entonces ya había ocurrido la masacre de Ezeiza, organizada por la derecha peronista -entre los arquitectos de esa carnicería estuvo Rucci- y, al día siguiente, en un discurso en cadena, Perón les echó la culpa a ellos y por primera vez los calificó de "infiltrados".
Luego intentaron por todos los medios de impedir que Isabel Martínez fuera la candidata a la vicepresidencia, y llegaron a postular a Ricardo Balbín para ese puesto. A Balbín, el que poco después hablaría de "guerrilla fabril" para oponer a la lucha obrera la represión militar. Cuando las FAR atentaron contra Rucci, la ofensiva de la derecha era completa y a la cúpula conducida por Quieto se le ocurrió, como diría luego uno de ellos, "tirarle un cadáver sobre la mesa a Perón para obligarlo a negociar".
El ataque a Rucci se cometió el 26 de setiembre y veinte días después, el 12 de octubre -el día en que Perón fue presidente por tercera vez- Montoneros y las FAR se fusionaban. No hubo entre ellos un acuerdo político de fondo, fue un acto puramente defensivo sin que se hubieran resuelto diferencias importantes y que más tarde se harían sentir de manera trágica.
Esto es: si Montoneros aclaraba que ellos no habían matado a Rucci, la fusión con las FAR se frustraba y la fusión ya era, según entendían, cuestión de supervivencia.
El último movimiento armado del partido peronista no podía llegar hasta donde poco antes de morir había llegado uno de sus impulsores, John William Cooke, quien después de haber asegurado que el peronismo era "el hecho maldito del país burgués", admitió que "el nacionalismo burgués es inviable" (Cooke había querido convencer de eso al mismísimo Perón, y en sus cartas le pedía insistentemente que abandonara su exilio en la España de Franco y se trasladara a La Habana bajo protección de Fidel Castro).

De ayer a hoy

En ese encuentro con Costa y Reato, Gullo dijo en tono de autocrítica: "No supimos acompañar a Perón en las cosas más fuertes del poder".
Pues bien ¿cuáles eran esas "cosas más fuertes"?
En principio, conviene recordar a qué llegaba Perón y en qué condiciones.
Carlos Seara, un cardiólogo que lo atendió en los últimos meses, quizá por no ser peronista y ni siquiera un hombre interesado mayormente en la política, recibió del viejo caudillo alguna confidencia sorprendente. En un testimonio publicado por Ernesto Castrillón y Luis Casabal, Los últimos días del general (La Nación, 17/11/2003), Seara cuenta que, durante un paseo a solas por los jardines de Olivos, Perón le dijo:
"Mire, doctor, mire lo que es la vida. Yo no vine aquí a ser presidente, vine a residir en la Argentina, ser figura de consulta, vivir tranquilo, ser referente y ocuparme de la macropolítica, y que Cámpora gobernara. Ahí seguí el consejo de Evita, porque ella siempre me decía que Cámpora era la persona más leal que teníamos. Pero fíjese lo que pasó, Cámpora se dejó copar por los zurdos. Así que yo, que no vine a ser presidente, ahora tengo que hacerme cargo de todo este quilombo".
Dicho con rigor político: Cámpora, cuya campaña electoral había caído con casi todo su peso en Montoneros y la JP (la derecha partidaria y sindical la saboteó o le fue indiferente), producto por tanto de un acuerdo político con la "juventud maravillosa", no podía hacer frente a la situación abierta por el Cordobazo (1969) y todo el proceso de luchas que le siguió. Sólo Perón podía hacerse cargo de "todo ese quilombo" y para eso debía desplazar a Cámpora y a "los zurdos" que lo habían "copado". Es decir, a Montoneros.
Gullo, ahora, lamenta no haber sabido "acompañar" a Perón en esa "cosa fuerte".
Perón y la derecha dieron el golpe contra Cámpora, contra el movimiento obrero y también contra Montoneros para aplicar a rajatablas la política del último peronismo: pacto social, congelamiento salarial, flexibilización laboral, dictadura de la burocracia en los sindicatos, militarización de la vida política y reformas al Código Penal que transformaron en delito las huelgas y movilizaciones fabriles.
Todas esas "cosas fuertes" debieron ser acompañadas disciplinadamente por Montoneros según la visión actual del diputado kirchnerista.
Cuando Perón, en Madrid, les propuso a los montoneros hacerse cargo del Ministerio de Bienestar Social, Firmenich le contestó: "General, nosotros no nos hemos jugado la vida para ponernos a repartir frazadas". Fue un error, según Gullo era mejor repartir frazadas.
He ahí los "setentistas" del gobierno K.